Marcelo Díaz - Un lenguaje en movimiento



poesia argentina
Foto: Nadina Marquisio


El cometa

Una ambulancia cruzó la esquina.
Es la única estrella en el cielo
antes de que se interrumpa
la continuidad de cada cosa.
Me lo dijo el ojo convencido del enfermo
que apuntaba desde la ventanilla.
La memoria reducida
a un agónico instante de lucidez
y algunos que realizan
el mismo ejercicio de rotación
sobre el manto de lo real
como si nada hubiese pasado.


Poética

Una mano construye un hogar de luz
en galaxias cercanas
y abre las puertas de la tierra
con la respiración.
Por un minuto creo
que la poesía es un anillo de cenizas
alrededor
de transbordadores espaciales.


La estación

Por un instante el planeta
es una estación de servicio.
Me hablaron sobre su núcleo,
un corazón incandescente y amarillo
como la capa de Flash Gordon.
El auto necesita un cambio de aceite
pero no nos detenemos.
Cruzamos el campo
igual al disco de Led Zeppelin.
Pienso en una película de ciencia ficción:
en el horizonte las naves espaciales
relampaguean distantes.


Osa mayor

Con el anillo de Linterna Verde
dibujo una balanza en la Vía Láctea.
En el centro están las enanas blancas
y su calendario intacto.
Cómo hablar de los fósiles del tiempo,
más reales que las hojas
del árbol de la eternidad, si todavía cargamos
con un lenguaje en movimiento
como una flecha sin dirección.
La materia agoniza y se desprende
de la galaxia como un cartón mojado.
El espíritu de superhéroe
lo perdí hace años
el día en que mataron a Superman.


Osa menor

El eje terrestre se detiene.
Es inédito. Olvidamos que la luz
es sombra carbonizada
y que la radiación la multiplicará
como los panes.
Más tarde o más temprano
los nombres de las constelaciones
repoblarán los espacios celestes,
donde el único método que nos define
consiste en habitar la ausencia
con la ausencia.




Ilustración: Cecilia Saracho




Marcelo Daniel Díaz nació en 1981. Vive en Río Cuarto (cba). Es profesor y licenciado en letras egresado de la Universidad Nacional de esa ciudad,  colabora con la cátedra "Análisis del discurso". Participó en la antología “Es lo que hay”. Ese mismo año publicó el libro de poemas “La sombrilla de Wittgenstein” y un conjunto de relatos que se llamó “Los límites de Tlön” (Ambos premiados en el concurso provincial de editorial cartografías). En 2010 participó de las residencias literarias del Centro de Arte Contemporáneo de Córdoba a cargo de Silvio Mattoni, María Teresa Andruetto y Alejo Carbonell. El año pasado publicó el libro de poemas “Newton y yo” con editorial Nudista. Y hace unos meses publicó el texto de lingüística “La palabra y la acción: la máquina de enunciación K” con el sello de EDUVIM.



 Ilustración: Cecilia Saracho




La ausencia es una constelación - Franco Castignani

breve apostilla sobre la poética de Marcelo Díaz

                                                                                                           
                                                                                               Uno escribe para mantener viva esa infancia;
                                                                                                             pero también para poder perderla.

                                                                                                                 ( Claudia Masín )

Podríamos preguntarnos, a partir de la lectura de los poemas de Marcelo Díaz, de qué estamos hablando, en el supuesto de que hablemos y nuestro lenguaje no sea mera muesca o parloteo retórico, cuando referimos a la idea de constelación. Uno de los primeros indicios pareciera ser el que, en este caso, tiene que ver con un elemento que falta en dicha zona o, si aparece, lo hace en su evanescencia. Lo que es lo mismo decir que dicha constelación brilla y ancla su valía en la incompletud que le es propia por principio. La ausencia erigida en valor y tarea que invita a la apuesta y a la invención, no siendo dicha articulación más que un recurso —artificio— necesario; ficción útil y materia siempre fértil para la poesía si se trata de modular sentidos y densificar alguna superficie sobre un fondo que en virtud de su composición caótica y resistente, nunca es tal. La escritura como modo posible, en su imposibilidad infinita, de hacer frente a la tristeza impotentizante y a cualquier tipo de seductora profundidad. Comarca abierta sobre la cual hacer pie sin despeñarse, bajo el influjo de cierto tipo de movimiento que al manifestarse necesariamente en exterioridad, obliga a quien lo experimenta —el poeta en este caso— a multiplicar velocidades, ritmos y pulsaciones. El cuerpo en estado de excepción, no sólo en su disposición a la reflexión lúcida y restallante (la luz es sombra carbonizada), sino también en su transitar cotidiano, como quien se atreve a cruzar la calle con pasos de astronauta, alegremente asombrado y herido –tal díada pensada al interior de la constelación a la que referimos nos resulta indisociable- por todo lo que existe.

Desde el eje planteado, quizá pueda pensarse otro de los temas recurrentes en la poética de Marcelo Díaz: la infancia. Espacio y tiempo postergado y a la vez recuperado en el mismo gesto, para que las preguntas surtan sobre el cuerpo del poema y de quien se hace soporte y carne del mismo su efecto corrosivo: ¿cómo anclar amarras en dicho territorio, abierto y plagado de amenazas, donde nuestra existencia trivial y cotidiana resulta constantemente puesta en cuestión?  Allí la potencia del recuerdo y la memoria tal vez funcionen como armas para inventar nuevos presentes. Oír una voz, escuchar el llamado, dar lugar; lo maravilloso en tanto forma adecuada para la vida. Operación que no sólo reivindica a la soledad como estado inevitable —¿irreversible?— sino que también reclama justa distancia tanto de la verdad —figura de cristalización y estriamiento— como de los discursos circulantes y a la mano, que intentan con pasmosa insistencia codificar y comunicar lo que, al fin de cuentas, resulta sólo verificable a través de la experiencia siempre opaca de un salto. ¿Y no será dicha imagen y dicha experiencia—el salto—aquella que, una vez más, prepara, nos prepara, para otro habitar? Poesía como orden natural del desencuentro, dice, mas no de la incomunicación.  Habla propia e impropia que se edifica lentamente sobre otro(s) modo(s) de alojar y de poblar los mundos; quizá nuestro principal problema, así lo afirmaba Deleuze en sus recordadas lecciones, no es que estemos solos, sino que no nos dejan lo suficientemente solos.


Franco Castignani, CABA, 1985.




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